“No volveré a escribir sobre Marruecos”, pensaba instantes antes de
embarcar en Tarifa, rumbo a Tánger; tenía miedo de repetir esquemas, frases
hechas y sensaciones ya explicadas… Doce días después, haciendo equilibrios con las maletas
mientras buscaba las llaves de casa, sólo pensaba en ponerme delante del
ordenador para convertir los recuerdos en palabras: es casi una necesidad
explicar la experiencia de traspasar la puerta de África.
Este ha sido mi tercer viaje a Marruecos, el segundo compartido con Isabel. Nuestra expedición está formada por un grupo heterogéneo de amigos:
hay “repetidores” y neófitos, muchas motos trail y dos de carretera, los que
vienen solos y los acompañados. Y estaba Antonio, claro, el “Hannibal Smith” de nuestro equipo:
si usted tiene algún problema y le encuentra, tal vez pueda contratarlo… Antonio es uno de los mejores guías que
puedes tener en Marruecos, pregúntame por él si quieres más información. Todos habíamos acordado reunirnos en Tarifa el último viernes de Octubre, y aunque la idea original era
dormir por allí y embarcar a primera hora del día siguiente, finalmente la
impaciencia nos llevó a cruzar el Estrecho aquella misma noche.
Ya en suelo marroquí, hemos atravesado Tánger, que se está modernizando de
manera vertiginosa: los sucios extrarradios se han convertido en barrios residenciales, y los vetustos Mercedes "Grand Taxi" han sido prácticamente borrados del mapa, sustituídos por "Dacias" gracias a un generoso plan renove gubernamental. Túneles subterráneos con filigranas luminosas e incluso bordillos retroiluminados nos hacen
preguntarnos si realmente estamos en el Marruecos que recordábamos. El
tránsito por la autopista también discurre de una manera civilizada, siempre
que queramos obviar, por ejemplo, los gatos que pululaban a su aire por las
cabinas de peaje.
Llegamos a Assilah a altas horas de la noche; en la rue Moulay Hassan está “casa García”, una manera tramposa
de inaugurar la gastronomía marroquí cenando pescaíto al más puro estilo andaluz.
Assilah-Fez
Eran las cinco de la mañana cuando nos despertó un maldito demente, borracho, drogadicto o todo a la vez, vociferando jergas en lengua muerta por los pasillos del hotel. Nadie apareció para pararle los pies, y al cabo de media hora acabó callándose, por aburrimiento o quizás porque murió de un infarto fulminante, me importaba un bledo cualquiera de las dos opciones. Me es difícil recuperar el sueño una vez interrumpido, así que salí a la terraza a esperar pacientemente la llegada del amanecer. Aproveché para retrasar el reloj, y así sincronizarlo con la hora local.
Arqueólogos franceses empezaron a excavar Volúbilis en 1915 (aún se conserva una vía de vagonetas de la
época), y se estima que no se ha estudiado ni la mitad del
yacimiento.
Assilah-Fez
Eran las cinco de la mañana cuando nos despertó un maldito demente, borracho, drogadicto o todo a la vez, vociferando jergas en lengua muerta por los pasillos del hotel. Nadie apareció para pararle los pies, y al cabo de media hora acabó callándose, por aburrimiento o quizás porque murió de un infarto fulminante, me importaba un bledo cualquiera de las dos opciones. Me es difícil recuperar el sueño una vez interrumpido, así que salí a la terraza a esperar pacientemente la llegada del amanecer. Aproveché para retrasar el reloj, y así sincronizarlo con la hora local.
Tras el desayuno cargamos las
motos, y antes de marcharnos, dedicamos un rato a visitar Assilah. Conquistada,
saqueada y reconquistada decenas de veces, conserva las murallas defensivas del
siglo XV, construidas por Alfonso XV de Portugal. También fue colonia española
hasta 1956.
Sus casas encaladas, su cuidada
medina y el aroma salino del aire dan a la localidad un aire bohemio, incrementado por la presencia
de numerosos murales de vivos colores. La mayoría de los comercios
estaban aún cerrados, no así la oficina de cambio. Todos hicimos acopio de dirhams, ya que el uso de tarjetas de
crédito será testimonial durante todo el viaje.
Ahora sí, definitivamente salimos a la carretera. Nos dirigimos hacia el Sur, tierra adentro, en dirección a las
ruinas romanas de Volúbilis. La bruma del océano también queda atrás.
En la travesía de Sidi-Kacem (diría que no
hay una puñetera circunvalación en todo el país) paramos a comer en un puesto que es medio carnicería,
medio restaurante. Aquí, como en las demás localidades marroquíes, la carretera es un “río de vida” social y
comercial.
Dos tipos se cruzan en la acera, uno de ellos carga con tres cajas y
una vieja báscula; hablan unos segundos, el primero deja las
cajas en el suelo, contiene diferentes tipos de fruta. El segundo prueba un grano de
uva, asiente, y se concreta la venta.
Marruecos es un inmenso comercio minorista, en cualquier momento y lugar hay
dinero cambiando de manos.
Junto
a nosotros, hay una gran
explanada que sirve de punto de encuentro para decenas de carretas
tiradas por mulas, y que son utilizadas como “taxis”. Me levanto para ir
al lavabo, y a medio camino, en un rincón del pasillo, una persona ha
extendido una pequeña alfombra y está llevando a cabo la tercera de las
cinco
oraciones que los musulmanes realizan cada día.
Tan sólo quince kilómetros
separaban Sidi-Kacem de Volúbilis, suficientes para que el paisaje
se endureciera, y la tierra yerma robara el protagonismo a los cada vez más pírricos cultivos de regadío.
Volúbilis, ciudad romana fundada en el siglo III a.C, es un reclamo turístico de autocar
borreguero. La entrada tiene un precio simbólico, pero es conveniente contratar
alguno de los “guías” que pululan por la entrada, para hacer un
recorrido interpretado. Nosotros solicitamos los servicios de un hombre entrado
en años que sólo hablaba un italiano muy
primitivo con el cual nos fuimos apañando.
Metrópolis de referencia en su tiempo, atesoró un acueducto, palacios, el icónico
arco de Caracalla, murallas, termas e incluso un prostíbulo. Aún así, la geoestrategia medieval la hizo languidecer hasta su desaparición.
Finalizada la visita a Volúbilis,
estábamos todos un poco acalorados: el “regulador térmico” del Atlántico queda
ya demasiado lejos, y agradecemos volver a las motos ni que sea para que el
aire nos refrigere un poco. Sin más paradas, cubrimos los últimos cien
kilómetros hasta Fez.
Fez es la tercera ciudad de
Marruecos (2 millones de habitantes). Teníamos contratado un “riad” junto a la medina, y hemos dejado las motos en un descampado lleno de
fogatas y coches abandonados. Un "gorrilla" nos garantiza que mañana las motos estarán exactamente igual de bien. Estos "vigilantes de aparcamiento" serán una constante durante todo el viaje.
El “riad” es casi barrocamente
lujoso, de genuino estilo árabe. Unos chavales nos han traído las maletas en
carretones, y les damos una propina sintiéndonos con un estatus que ni tenemos,
ni anhelamos.
Casi no nos queda tiempo para
descargar el equipaje y bajar nuevamente al hall,
donde ya hay un guía esperándonos para mostrarnos la medina de Fez, la mayor
zona peatonal del mundo con un caótico entramado de casi 3.000 callejuelas:
contar con un guía es imprescindible para llegar hasta lugares que nunca
encontrarías por tu cuenta… sencillamente porque serías incapaz de
encontrarlos.
Tras un rato de callejeo saturante para la vista, toca castigar el olfato visitando una de
las cuatro curtidurías que siguen activas en la medina. En un patio, diferentes cubas llenas de tintes, excrementos
de paloma y cal tratan pieles que posteriormente se convertirán en bolsos,
chaquetas, botas… Los curtidores chapotean literalmente en la mierda, vestidos sólo con un taparrabos. La curtiduría también se dedica a la venta directa,
y ante nuestra falta de predisposición, nos dieron poco menos que una patada en
el culo para que nos largáramos porque
era hora de cerrar.
Te leo y es como si volviese de nuevo a nuestro vecino del sur.
ResponderEliminarQuien va y no lo olvida, repite... Gracias por el seguimiento, un abrazo!
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